Madurar y envejecer

La edad, ese mecanismo de medición sobre nuestro tránsito, bendición de algunos y peso para otros. Termómetro, a través de nuestro estado de ánimo, de la calidad más que de la cantidad del tiempo vivido.

La edad es el indicador del tiempo en la ruta, pero poco si acaso algo, dice del camino recorrido. He visto gente joven cuya transito ha sido de tal peso que parecen haber finalizado su trayecto, mientras que he visto y compartido con personas de edad «avanzada»  cuya energía y disposición los hace lucir en lo mejor de su vida, a mitad del trayecto, esa etapa donde parecería que alcanzamos un balance de las capacidades de todo tipo que nos ofrece la vida en este marco de la existencia. Este proceso de alcanzar el balance entre lo que somos, lo que tenemos, lo que hacemos y el para que vivimos, se llama madurez, y es un regalo de enorme valor personal.

Como seres humanos deberíamos tener indicadores de nuestro tránsito por esta vida más abarcadores y esclarecedores que los días, meses o años. Este mecanismo de control cronológico es válido pero insuficiente. Por ello hay personas que pasaron la vida sin vivirla y otros que pareciera han vivido tres vidas en media vida.

Crecemos y envejecemos física, emocional, mental y espiritualmente. Envejecemos físicamente por el desgaste propio de la función de mantenernos activos y viables. El envejecimiento emocional tiene que ver más con el nivel de temores presentes en nuestra personalidad. Esos temores hacen que exista una brecha entre lo que pensamos y sentimos, con lo que decimos y hacemos, lo que nos impone la pesada carga de fingir lo que no somos. Este fardo emocional consume una enorme cantidad de energía, ya que nos movemos de forma turbulenta y no fluimos con el concierto de la vida. Buscamos adecuarnos a las presiones y demandas del mundo exterior, al precio de la paz interior.

Envejecemos mentalmente cuando nuestra actividad principal cede su paso al ocio, cuando la función o profesión de la cual vivimos y para la cual deberíamos vivir, llega a su punto final. En ese momento se acelera de manera importante el envejecimiento mental. Cuando sentimos que dejamos de ser útiles por lo que hacemos en el concierto de la especialidad que hemos desarrollado, la mente, activo para el crecimiento se convierte en pasivo para la tranquilidad necesaria para vivir. La mente, ese panel de control que usurpa las funciones del para que, con el como y el porque.

Lo espiritual es mucho más profundo, en primer lugar, cada día que pasa viviendo una vida plena nos hace más sanos en las esferas emocional y mental,  por que nos ofrece la paz y la plenitud que solo el vivir desde el amor ofrece.  A diferencia del aspecto físico, que el tiempo desgasta inexorablemente, una vida congruente, plena y de significado regala el gesto noble, la mirada bondadosa, el carácter afable y la cercanía valorada, com o atributo de la avanzada edad cronológica.

En la etapa denominada vejez, somos testigos de lo que ha sido nuestra vida. El estado de nuestra vejez puede que sea la vitrina en la cual se exhibe la calidad de la vida que hemos vivido. Solo o rodeado de afectos, la referencia fundamental no viene por el quien o quienes nos acompañan en esta fase final, lo importante, lo que «mide» la calidad de  lo vivido y no el tiempo vivido, es lo que reciben de nosotros, aquellos con quienes tenemos el honor de compartir, familia o no,  cuando estamos en la fase final de este maravilloso proceso llamado vida.

Al final, imagino existe ese balance individual, interno y sagrado, que regala La Paz para la partida o la resistencia a partir….

Consultor internacional y escritor (venezolano, español). Agente de transformación de las organizaciones y sus lideres. Especialista en los procesos de integración cultura y estrategia, profesionalización de empresas familiares y “Turn-Arond” de negocios en crisis. Facilitador y Certificador de Barrett Values Centre

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