Ana María y Bogotá
Día soleado y templado en Bogotá, el aeropuerto del Dorado ya normalizado luego del evento del jet ejecutivo, cuyas llantas estallaran anoche durante la carrera de despegue.
La cola para tomar el vuelo a Miami regala la cordialidad y facilidad de conversación del Colombiano. Un ciudadano multicolor, culto y trabajador con el cual he tenido el placer de compartir y trabajar.
Ana María y yo coincidimos en la espera para facturar. La conversación fluye con naturalidad, primero el tema de Venezuela, donde pasamos revista a la situación insólita del Pais, donde quien se debe ir no termina de irse y quien debe asumir no termina de actuar para asumir el cargo que le compete por la CNRBV, y que, en este trámite, tiene a cientos de miles de los ya hoy refugiados venezolanos en las calles de Colombia.
Su empatia por el sufrimiento se deja ver en unos ojos que se van ocultando con incipientes lágrimas, que inevitablemente pusieron los míos a prueba. Esa sensación de que no somos Colombianos o Venezolanos, sino de un solo y único mundo. Gracias Ana María por la comprensión de la tragedia que sufrimos los venezolanos y de los cuáles yo debo estar entre el grupo menos afectado.
Profesional que trabaja en una empresa con 14.000 empleados la conversación gira hacia le tema empresarial. Que regalo descubrir la claridad de su visión con respecto a la necesidad de que las organizaciones tomen otro rumbo, que vayan mas allá de productos y servicios, de la incompatibilidad creciente de sociedades pobres y empresas ricas, del interés propio, de la invitación a trascender haciendo el bien y no solo bienes. Del reto del liderazgo que trasciende el saber y el hacer para descansar en descubrir el ser como punto de partida para todo lo demás.
La jornada de trabajo con el cliente me deja la satisfacción de la continua reflexión y el avance en el tema, pero la conversación con Ana Maria, me refuerza el convencimiento de la inevitabilidad de la transformación del modelo de negocios y no solo ya por el mundo digital, sino por el «mundo real».
Gracias Ana María, nos encontraremos sin duda en el camino que compartimos.
